Transcurría el año 1985. Para ser precisos, en el mes de
marzo de ese año. El plantel superior del Club Náutico El Quilla se disponía a
realizar un viaje de pretemporada a la Provincia de Santiago del Estero. Estaba
planeado jugar allí algunos partidos amistosos con equipos de la zona.
Debido a la época del año y al lugar al cual se disponían a
viajar, el clima no era el mejor. Hacía calor, mucho calor... De igual manera,
éste no fue un impedimento para que la gira se realice tal y como estaba
planeada.
Llegó el día de partir hacia Santiago del Estero. Se
juntaron todos los integrantes del plantel, subieron al colectivo que los
transportaría y emprendieron viaje. Parecía que nada saldría mal pero… algo
tenía que fallar.
Nadie recuerda exactamente pero, a unos 100 o 200 km del
destino, el colectivo dejó de funcionar. Se rompió. Era imposible seguir.
Sumado a la rotura el vehículo y al calor agobiante, había otros
inconvenientes. La oscuridad de la noche y ¿Cómo trasladar a todo un plantel
con su equipaje hasta la ciudad?
La solución no tardó en llegar. Parados a la vera de la
ruta, se dispusieron a hacer “dedo” esperando que alguien se apiadara de ellos
y los acerque hacia su destino. Y ese “alguien” no se hizo esperar. Un camión
que transportaba colchones frenó y aceptó el pedido de ayuda del equipo.
El problema del transporte estaba solucionado. Ahora, el
principal inconveniente seguía siendo el calor. Si ya era insoportable viajando
“cómodamente” en el colectivo, imagínense todos amontonados en la oscuridad de
un camión y rodeado de colchones. Inhumano. Sin embargo, todo el equipo logró
llegar, sano y salvo, a Santiago.
Ya instalados, jugaron los partidos que estaban pautados.
Ganaron el sábado y empataron el domingo. Los rivales, Old Lions y Santiago
Lawn Tenis.
Luego de disputar el último partido, se dirigieron a un bar
en el centro de la ciudad para el tradicional tercer tiempo. Satisfechos,
emprendieron el viaje de vuelta hacia Santa Fe. Ya no en el oscuro camión de
colchones sino en un nuevo colectivo.
De no ser por el transporte, la gira hubiese sido perfecta.
Pero, tal vez, nadie recordaría ese viaje de no ser por aquel percance y,
definitivamente, no estaríamos contado esta historia.
Anécdota aportada por los usuarios.
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